La Virgen María nos guía hacia la Eucaristía

La Virgen Maria nos guia hacia la Eucaristia

La Virgen María guía a los fieles hacia Jesús Eucaristía.

En la Encarnación, y por los siguientes nueve meses, María se convirtió en el «Tábernaculo vivo» donde el Hijo de Dios puso su morada. Gracias a su generoso fiat , el Verbo se hizo carne por obra del Espíritu Santo. Por eso, su misión, es llevarnos al encuentro de su Hijo vivo y presente en el Sacramento del Amor, que es la Eucaristía. Se ofrece como modelo insuperable de comunión de su Hijo. A través de la comunión espiritual con la Madre de Dios, participamos de manera especial en el misterio pascual y recibimos la alegría sobrenatural, como primera persona que participa de los frutos de la Redención.

La Virgen María nos guía hacia la Eucaristía. ¿Por qué?

María fue el primer Sagrario en el que Cristo puso su morada, recibiendo de su madre la primera adoración como Hijo de Dios que asume la naturaleza humana para redimir al hombre. Imaginémonos cómo trató a Jesús en su seno, qué diálogos de amor con ese Dios al que alimentaba y al mismo tiempo del que Ella misma se alimentaba día y noche. Imaginémonos la delicadeza para con ese Hijo, cuando iba y venía, trabajaba o cocinaba, o iba a la fuente. Pondría su mano sobre el vientre y sentiría moverse a ese hijo suyo que era también, y sobre todo, Hijo de Dios.

María durante esos nueve meses fue viviendo las virtudes teologales. Vivía la fe; Creía profundamente que ese Hijo que crecía en sus entrañas era Dios Encarnado. Vivía la esperanza; esa esperanza en el Mesías prometido ya estaba por cumplirse y Ella era la portadora de esa esperanza hecha ya realidad. Vivía el amor; un amor hecho entrega a su Hijo. María entregaba su cuerpo a su Hijo y derramaba e infundía su sangre a su Hijo.

El Papa Juan Pablo II, en su reciente encíclica Ecclesia de Eucharistia (EE), ha propuesto a toda la Iglesia reflexionar sobre el vínculo existente entre María y la Eucaristía. Efectivamente, en el capítulo VI de la mencionada encíclica, intitulado En la escuela de María, Mujer “eucarística”, nos dice que Ella «puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él».

María es mujer “eucarística” con toda su vida». Podemos decir pues que la espiritualidad de María es una espiritualidad netamente eucarística. De esta forma «la Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio».

Ante el misterio eucarístico

En la Eucaristía «está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira. Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra mente de ir más allá de las apariencias».

«En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios» (EE, 55). ¿Por qué? El Papa nos responde: «María concibió en la Anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor».

En un hermoso pasaje cargado de sentido teológico y poético nos enseña el Papa peregrino: «Ese Cuerpo y esa Sangre divinos, que después de la consagración están presentes en el altar… conservan su matriz originaria de María… En la raíz de la Eucaristía está, pues, la vida virginal y materna de María… Y si el Cuerpo que nosotros comemos y la Sangre que bebemos son el don inestimable del Señor Resucitado para nosotros viadores, lleva también consigo, como Pan fragante, el sabor y el perfume de la Virgen Madre». De esta forma «María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas» (EE, 57).

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