Uno de los momentos más lindos de la historia ha sido aquel en el que un embarazo se encontró con otro embarazo. El vientre de María se encontró con el vientre de su prima Isabel. Aquellas que llevaban un niño en su seno se convirtieron en los primeros heraldos del Rey de Reyes. Desde ese día los cristianos siempre han sido defensores de la familia y el amor.

Nunca hubiéramos imaginado que el hombre más importante concebido por una mujer, cuando aún estaba en el vientre materno, saludara al hombre de Dios, que también estaba en gestación.

Esto es lo que sucedió precisamente en este misterio relatado por el Evangelio:

• Las dos mujeres embarazadas, encarnan, en efecto, la espera y el Esperado.
• Se unieron el antiguo y el Nuevo Testamento.

Por eso Fulton Sheen dijo: “Pentecostés llegó antes de pentecostés. El cuerpo físico de Cristo dentro de María colma a Juan el Bautista con el Espíritu de Cristo” – Fulton Sheen.

Isabel fue la primera en recibir a Jesús a través de María y proclamaba públicamente que María es la Madre de Dios. Isabel fue quien dijo las palabras que repetimos en cada Ave María: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” Lc 1, 42-43. De este modo, acoge a María y reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad.

Confiémosle a María nuestro corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios a través de su pronta mediación.