Historia del pesebre de Navidad

Historia del pesebre de Navidad

Conocemos como pesebre navideño a la representación del nacimiento del niño Jesús en el portal de Belén.

Por tal motivo esta representación es conocida con los términos que he nombrado: pesebrenacimiento o belén;

El término pesebre proviene del latín ‘praesēpe’ (praesepium.) y su significado original (y que también se utiliza hoy en día en el mundo de la ganadería) es el de ‘recipiente o cajón destinado a la comida de los animales’ (ganado).

Según las Sagradas Escrituras, el portal de Belén donde nació Jesús era un establo en donde había un buey y una mula. La Virgen María, tras dar a luz al Mesías, depositó a éste en el comedero de los animales (pesebre) habilitándolo como cuna del bebé.

El evangelista Lucas dice sencillamente que María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7).

El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros» (Serm. 189,4). En realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana.

La historia remonta en Greccio, en el valle Reatino; allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. 

Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: «Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa. Cuando llegó Francisco, encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado. Después el sacerdote, ante el Nacimiento, celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes.

Así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en el misterio. El primer biógrafo de san Francisco, Tomás de Celano, recuerda que esa noche, se añadió a la escena simple y conmovedora el don de una visión maravillosa: uno de los presentes vio acostado en el pesebre al mismo Niño Jesús. De aquel belén de la Navidad de 1223, «todos regresaron a sus casas colmados de alegría»

Pero…¿de dónde viene esa alegría? La Virgen y san José no parecen una familia muy afortunada; han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades… ¿Y los pastores? ¿Qué motivo tienen para alegrarse? El Bebé no cambiará realmente su condición de pobreza y de marginación. Pero la fe les ayuda a reconocer en el “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, el “signo” del cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres “en quienes él se complace” (Lc 2,12-14), ¡también para ellos!

En eso consiste la verdadera alegría: es sentir que nuestra existencia personal y comunitaria es visitada y colmada por un gran misterio, el misterio del amor de Dios. Para alegrarnos, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro corazón, y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María.

¿Por qué es importante el pesebre?

“Preparando el belén para el Niño Jesús, aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor: el Dios de la humilde mansedumbre, el Dios de la misericordia y del amor, que interviene siempre respetando nuestra libertad y nuestras elecciones”, dijo el Papa Francisco.

En diciembre de 2019, el Papa Francisco firmó la carta apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del belén en Navidad.

Nuestro Santo Padre, confirma la historia anteriormente desarrollada, sobre la tradición del pesebre, nacimiento o belén: éste inició con San Francisco de Asís en la Navidad de 1223 en Greccio (Italia). En Admirabile Signum, el Papa explicó que “no es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida”.

“En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición”, dijo el Santo Padre.

Además, el Papa afirmó que el pesebre “es como un Evangelio vivo” porque es la escena del nacimiento de Jesús que se “ha hecho hombre para encontrar a cada hombre”. 

En esta línea, el Santo Padre escribió que cuando en Navidad colocamos la figura del Niño Jesús “el corazón del pesebre comienza a palpitar”. “Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos”, y de este modo se manifiesta la ternura de Dios.

Asimismo, el Papa señaló las figuras de la Virgen María, la madre que contempla a su hijo, de San José que es el custodio de la familia y de los Reyes Magos que recuerdan nuestra misión evangelizadora. Al colocar en la Epifanía las tres figuras de los Reyes Magos, que ofrecen los dones de oro, incienso y mirra, es una invitación “a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador”. 

«Queridos hermanos y hermanas: El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos.»

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